miércoles, 23 de julio de 2008

Srebrenica

Con el cigarro americano aún encendido, se acomoda en su impecable camastro. Hace frío afuera, la tarde se ha vestido de noche.
Repasa una y cien veces la rutina, se incorpora, fusil en mano y sale raudamente.
Afuera, sus camaradas están prestos. Una mezcla de miedo y odio cubre sus ojos ante las palabras de su superior.
Finalmente llega a la ciudad sitiada. El soldado prepara su arma automática.
De repente, la voz de Mladic corta el silencio como una cruel navaja.
En un segundo, miles de proyectiles cruzan la pequeña avenida. Se incrustan en las paredes derruidas de Srebrenica. El fuego invade las habitaciones. No hay tiempo para reaccionar. El horrible olor a carne quemada, a muerte, a sangre se esparce en toda la zona. En una pequeña habitación la madre abraza a su pequeño hijo. Sabe que sus dos años de inocencia no son excusa para las armas enemigas. Es cuestión de tiempo... La puerta se abre, vuela el insulto amenazador, la súplica desesperada y el relámpago mortal. El soldado recuerda las palabras de su superior: "... no más de estos abominables..."; "... no contaminemos nuestra raza con estas porquerías...".
Cierra la puerta. Ya no hay gritos, ni súplicas, ni infantiles sollozos...
Acaba de condenarse para siempre...
Acaba de apagar la llama de la inocencia y la humanidad...
Acaba de enterrar su historia en un mundo de dolor y desamor...

11/05/2006

(Dedicado a todas las madres y sus niños y todos los hombres y jóvenes que perecieron en el brutal sitio de Srebrenica)

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